
CIUDAD DE MÉXICO.- Guillermo era un gerente ejemplar de Sanborns.
Seguiría vivo si esa lealtad no lo hubiera colocado en el lugar inadecuado.
Estaba en la puerta, vio llegar a los asaltantes en motocicleta y, al ver el arma, intentó cerrarles el paso.
Eran tres.
Al parecer solamente uno de los asaltantes le disparó pero cayó muerto de inmediato en los escalones de acceso, bañado en sangre.
Iban al departamento de joyería y de celulares para robar cuanto pudieran de alhajas, relojes, cadenas y celulares.
Un alto botín.
Los disparos alertaron a los policías que andaban por ahí y, al verlos a distancia, los ladrones quisieron huir.
Dos lo consiguieron.
El tercero está detenido.
Mientras, el personal, sumamente alarmado, llamó a los servicios de emergencia y no tardaron en llegar ambulancias.
Pero era inútil: Guillermo estaba muerto.
A la medianoche el delincuente aprehendido declaraba en el Ministerio Público y seguramente dará pistas para dar con sus cómplices.
Lo abandonaron y él enfrentará solo a la justicia.