¡Ay cuánto me gusta el gusto!

¡AY CUANTO ME GUSTA EL GUSTO!

Por Rafael Cardona

Satisfecho y confiado por su audacia, como Pedro por su casa –dicen– el Señor Presidente viaja con frecuencia  a Badiraguato, donde con dulzura matriarcal lo saluda y quizá protege la madre del Chapo Guzmán, doña Consuelo y  le brindan respeto los buenos y trabajadores habitantes de tan bello sitio de nuestra geografía nacional, con la intención de borrar con su salvífica presencia el estigma del narcotráfico cuyo amplio espectro cubre de manera ruin a todos los lugareños.

No es justo.

Por eso, la mejor explicación es aludir a los ritmos contundentes de la tambora y sintetizar la conducta y decisión presidenciales en una sola frase: “mi gusto es…” y quien me lo quitará, le faltó decir y también aumentar la definitiva declaración, a un tiempo respuesta y desplante, con aquello de “ni dios me lo quitará…”, pero más allá de alusiones divinas o resistencia invulnerable (“…aunque me den de balazos…”, dice la inspirada letra de ese himno a la voluntad indiscutible,  atribuido a don Alfonso Esparza Oteo, como todos sabemos), la mención musical le confiere al capricho, al gusto propio y egoísta, autogratificante y personal, una novedosa fórmula para explicar las acciones de gobierno.

–¿Por qué?

–Mi gusto es.

En esas condiciones y por el contrario, así se pueden entender otras acciones o inacciones del señor presidente.

–¿Por qué no va a Acapulco?

Si bien ya conocemos el extremo cuidado de la sacra investidura presidencial ante los posibles amagos o insultos de seguros provocadores (ya los debe haber detectado el nuevo CISEN o el espionaje fecundo de la fiscalía de la CDMX), el señor presidente nos pudo haber ahorrado la explicación con un sencillo:

–No es mi gusto, lo cual equivale al contundente no me da la gana.

–¿Por qué señor envió usted esa terna de esas conocidas militantes morenistas para ocupar la vacante en la Suprema Corte de Justicia?

Sin complicarse en recovecos o lectura de antecedentes jurídicos, laborales o políticos; de lealtades o capacidades o cualquier cosa similar, farragosa y fatigante, la respuesta para cualquier pregunta, de ahora en adelante, es simple:

–Mi gusto es.

Y así hasta el infinito.

ROCHA

La noche del miércoles se entregaron los premios “Magna Cum Laude” (Gerardo Herrera, Jacqueline Andere, Jesús Hernández Torres, Héctor Tajonar), con los cuales la Fundación Sebastián distingue anualmente a personas destacadas en diversos campos de la cultura, la ciencia, la comunicación y el arte.

Este año, por primera vez se concedió un reconocimiento póstumo. Fue para Ricardo Rocha, y tuve el honor de dirigir unas palabras en memoria del compañero, amigo y gran profesional. Esto dije:

“Hace mucho tiempo conozco esta tribuna.

“Estuve aquí cuando tuve el honor de exponer una semblanza de Jacobo Zabludovsky en la ceremonia laudatoria cuando él y Armando Manzanero recibieron la medalla “Magna Cum Laude” de la Fundación Sebastián.

“En aquella ocasión presenté a Jacobo (como si falta hubiera hecho) y Ricardo Rocha habló (como si fuera necesario) de los méritos infinitos de Armando. Su amigo “manzanitas”, como le decía. Dos colosos.

“Pero esta noche nos envuelve, además del gusto de estar juntos aquí, una certeza insobornable: esa vida tantas veces compartida, ya se acabó para ellos tres.

“Sin embargo, algo es tan cierto como eso: gozamos de sus vidas y guardamos sus recuerdos. Siempre nos va a acompañar, porque el pensamiento memorioso derrota a la muerte.

“Y aunque esas ausencias  enturbian esta noche, el recuento de los méritos de Ricardo Rocha, en la entrega póstuma de este mismo galardón, nos debe llenar de gusto, porque nos permite, además de su recuerdo feliz, del recuento de su amistad y la historia compartida, por encima de la terrible certeza de no tener más al compañero entrañable, de tantos años y tantas vivencias,  hoy tenemos para fortuna nuestra –como él decía— el registro de su trabajo, la huella de su importante recorrido por todos los senderos del periodismo y la impecable gallardía de su carácter.

“La gran lección de Ricardo no es únicamente en el periodismo, donde fue maestro de tantos.

“Lo mejor suyo fue su elegancia; el decoro, la valentía personal, por encima de la sobrada audacia profesional en la paz y en la batalla; lo mismo en el estudio de televisión o de radio como en las trincheras de una guerra civil de donde lo vieron rescatar del infierno nicaragüense en medio de un tiroteo a una compañera con dificultades de locomoción. A otros también los rescató de varias maneras.

 “Pero eso no es todo.

“Ahora me debo referir a su valor para plantarle cara a un jefe de Estado cuya ingrata animosidad lo calumnió y lo lastimó injustamente.

“Si sus grandes momentos profesionales fueron en Chiapas, en la divulgación de la masacre de Aguas Blancas o en las batallas centroamericanas y sus múltiples y bien logradas entrevistas o en su tenacidad desmañanada para producir radio informativo con calidad y oportunidad, su estatura personal quedó exhibida ante la nación cuando alta la frente, sin estridencias ni mucho menos sobresaltos o titubeos, con la conciencia clara y la trayectoria limpia, le reclamó al presidente López Obrador sus aleves acusaciones.

“En esa ocasión, cuando Rocha le dijo a López Obrador que no era la suya la palabra de un lacayo, ni jugaría nunca el papel de un mercenario, y le ofreció a cambio una crítica profesional, centrada y justa, Ricardo se presentó como el mejor ejemplo para toda una generación y dejó una culminante enseñanza: primero hombre; después periodista. Primero el respeto por sí mismo; después el periodismo.

“La respuesta del presidente fue inoportuna e insuficiente. Después, cuando Ricardo murió, el Ejecutivo sólo tuvo espacio para despedirlo en muy forzados caracteres, hablando de una amistad, en los hechos, traicionada por él muy poco tiempo atrás.

“Ese episodio definió y le dio valor para siempre a toda la carrera del amigo y colega cuya memoria hoy nos convoca y colma en esta reunión.

“Pero no voy a hablar de nuestra amistad.

“Cada uno de nosotros guarda el anecdotario de sus momentos en la vida con Ricardo. Por hoy dejemos en paz la calle Peluqueros y la universidad y la contabilidad y los pasos primeros y la gente grande. Todos conocemos su jugosa historia profesional. Cada uno tiene su Ricardo.

“Hoy nos queda únicamente –y hablo estrictamente de mí –, el ejemplo de su congruencia, de su valor sereno, del respeto por su propia persona, de su valerosa actitud.

“Cuando aquella defensa propia ocurrió, en mayo de 2019, nos encontramos fortuitamente en una comida. Nos abrazamos como siempre.

–Te viste muy bien, te felicito, le dije.

“Con esa sonrisa de medio lado cuyo significado a veces no se entendía del todo, me dijo nada más:

–Pues había que hacerlo, ¿no?

“Si, pues, la vida es hacer lo que hay que hacer.

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