Una pausa en la congoja

Una pausa en la congoja

Por RAFAEL CARDONA

Dejemos, en paz a la política y sus tinieblas, siquiera por unas horas. Hagamos como si por estos días, a ratos ensombrecidos por la lluvia de las tardes plomizas de cielos con capote y nubes estruendosas, lo único importante en la vida resulta la vida misma, ese manso transcurrir de los días en el inevitable camino del futuro en cuyo horizonte todo se diluye, todo se olvida y todo se disuelve.

Hoy quizá sea tiempo para recordar a algunos amigos. Por ejemplo, a José Emilio Pacheco quien nos legó para siempre su maravillosa reflexión sobre el amor a la patria por encima de cursilerías de calendario cívico o proclamas transformadoras y mentirosas:

“No amo  mi patria. /Su fulgor abstracto/es inasible/Pero(aunque suene mal)/daría la vida/por diez lugares suyos,/cierta gente,/puertos, bosques de pinos,/fortalezas,/una ciudad deshecha,/gris, monstruosa,/varias figuras de su historia,/montañas/y tres o cuatro ríos”.

Esto nos dijo el inmortal David Huerta:

“Una minúscula, agria/ politiquería/no ceja, no declina. /Insiste en el calor /de discusiones/ y de gestos./ La doblo/ como ropa. Y/ reaparece:fina, tenaz, abstracta/ y concreta./  La reduciré/con tenacillas / literarias/y tenedores para snarks*/ y un poco/ de risa/ y antipoemas.”

Vivimos tiempos de abrasión, no tanto de abrazos; abrasivos, abrasar; no abrazar. Hemos sido ensuciados por una lengua rasposa, como papel de lija sobre la impecable inocencia de tantos oídos sin luz, sin alfabeto.

Pero hay personas por las cuales la vida vale. Hay hijos, nietos, compañera y amigos. Hay recuerdos, sueños, todavía, esquinas donde la memoria se dobla como para ir al norte de los olvidos y otros bulevares sombríos, pero también carreteras azules, optimistas en la pradera de conejos invisibles; hay fiestas de cumpleaños y siestas de velorio en la noche del abandono.

Hay cunas y también mortajas.

Hay gatos con uñas en la falda de las cortinas o  la tela del sillón de la lectura. Hay perros cantores en el patio donde lloran las fuentes, hay pájaros en el alpiste de cada mañana y el pentagrama de los cables de la calle (la idea de es RGS), hay añoranza, memoria cuyas hebras cuelgan como el follaje de un sauce o un ahuehuete melancólico.

Ventanas para ver y para no ser visto, redondas como el ojo de un buey gigantesco; ovaladas como un huevo de dinosaurio, cuadradas como un libro de estampas, abiertas o cerradas cuando el aire molesta y la lluvia no encuentra  el papel secante de la tarde marchita

De todo hay en la inexplicable repetición de los días.

Y a veces tenemos una luna impávida en el cielo y también la fotografía de un muchacho en  equilibrio sobre la nieve blanca de una montaña argentina; una escultura surrealista, un toro embistiendo una muleta de aire, una máquina de escribir sin escritura, chimuela de la letra M;  un violín sin cuerdas y un libro a medio leer; una bicicleta sin pedales, un ojo sin sueño y un televisor vedado a las noticias.

Porque somos lo que somos, pero también lo perdido. También lo rebasado. Acumulamos años como ladrillos para nuestro absolutamente seguro paredón y cada vez menos ilusiones y más decepciones.

Los amigos, algunos muy queridos, han tenido el mal gusto de morirse para siempre. Otros nada más se han ido, pero volverán cuando menos los esperemos. Y tendrán charla y plato en la mesa y un vaso de alcohol. Comeremos juntos el potaje de nuestro pasado.

Todo eso sucede ahora, en este día y también mañana pasarán cosas semejantes. Los árboles seguirán en su mismo lugar, firmes como centinelas de nuestro desfile. Las nubes orinarán sobre nuestras cabezas la lluvia bienhechora negada a los eriales del campo donde muge una vaca sedienta.

A lo lejos un gallo recibirá la alborada.  Y una estrella se irá a dormir después de una noche de farra por el cielo.  La vida continuará aunque la vida se acabe cada día. Y cada día comience de nuevo.

Por eso, dejemos un rato la política de lado. No vale la pena tanta falsedad.

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