Peleas de gallos y la defensa de la pluralidad

En algún texto, José Ramón Cossío Díaz –ministro en retiro de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación– dijo lo siguiente:
“ver en las diferencias de entendimiento o valoración de ciertos símbolos un
ataque a la moral que justifique una restricción a la libertad de expresión es
tanto como abogar por la imposición de una homogeneidad social moralizante
(…) lo cual es claramente incompatible con el avance hacia la sociedad abierta
y democrática que nuestra Constitución postula”
Abro con esa cita por la amplitud del debate que plantea y por el enorme
trasfondo filosófico que la respalda. ¿Las diferencias sobre las que valoramos o
entendemos ciertos símbolos pueden utilizarse como argumento para restringir
las libertades de otros? no. Una respuesta afirmativa tendría como consecuencia
validar un modelo de sociedad particular: la sociedad homogénea o en palabras
del filósofo Karl Popper, una Sociedad Cerrada.
Hoy día, prácticas con animales como las peleas de gallos, son objeto de
prohibiciones legislativas que las criminalizan y presentan como actividades que
deberían de ser superadas en aras de la modernidad. Los ilustrados que postulan
este prohibicionismo apelan a la salvajada que representa un espectáculo en el
que un animal muere por la diversión de unos cuantos trogloditas; afirman que
no puede haber sociedad civilizada en el mundo que avale esas prácticas y que
lo que pretenden es la protección de dos cosas: la moral y los derechos de los
animales. No hay más que decir sobre esa postura porque en estas líneas he
agotado sus líneas argumentativas.
¿Pero qué es lo que se esconde detrás de esas opiniones vueltas ley por la gracia
de algunos legisladores quedabien? un evidente sesgo ideológico producto de
una profunda intolerancia y una vocación antidemocrática.
La sociedad abierta configura un concepto cuyas propiedades principales son la
apertura a la diversidad de pensamiento y el respeto por esa diversidad, en el que
las restricciones a las libertades únicamente se justifican hasta el punto en el que
se demuestra que existe un peligro cierto y razonable para el esquema de
libertades de los demás. Lo que no sea compatible con el concepto recién
acabado, sorpresa: es antidemocrático.
Antidemocrático porque se funda en una visión homogénea de lo que debe ser y
¿a quién le interesa una opinión homogénea? pues a quien no se encuentra
interesado en discutir sobre el mérito de las libertades de otros y, por el contrario,
únicamente se encuentra dispuesto a refrendar el mérito de sus propias
libertades. En otras palabras, solo los intolerantes se encuentran interesados en
no tolerar la diversidad y buscar que lo que su entendimiento sí es capaz de
discernir sea la punta que guíe el rumbo de la sociedad.
He de decir que aquellos que se posicionan en contra de las peleas de gallos son
intolerantes y, por tanto, promotores de una sociedad cerrada, incompatible con
la sociedad abierta y democrática que nuestra Constitución postula. No hay
argumento alguno que demuestre que las peleas de gallos dañan las libertades de
quienes no gustan de ese espectáculo; por tanto, debemos concluir que su
rechazo es producto de su particular visión del mundo, de cómo ellos consideran
que deben ser las cosas.
Las prohibiciones legislativas a las que me he referido no han señalado cuál es
el derecho humano protegido por nuestra Constitución que se ve lesionado con
motivo de las peleas de gallos. En algunos casos han dicho que los derechos de
los animales, pero no hay en nuestra Constitución una norma que permita inferir
que los animales tienen derechos. En otros casos han afirmado que lo que
pretenden es proteger al medio ambiente, pero el enfoque antropocéntrico del
derecho humano a un medio ambiente sano previsto en el artículo 4º de nuestra
Constitución no prohíbe la utilización de especies animales sino hasta el grado
en el que la especie sea puesta en peligro de extinción. También han señalado
que lo que protegen es la moral pública, pero no justifican la fuente de los valores
morales con los que aseguran se sustenta su prohibición, yo les digo cuál es esa
fuente: su propia lectura del mundo.
Lo que sí podemos decir es que esas prohibiciones legales se oponen al derecho
a la cultura, pues la práctica de las peleas de gallos es, en muchas regiones de
México, una verdadera práctica cultural heredada de padres a hijos por
generaciones y generaciones que se remontan hasta la época en la que los
españoles pisaron este suelo. Conforme al Diccionario de la lengua española de
la Real Academia Española por cultura podemos entender un
conjunto de modos de vida y costumbres propios de una época o grupo social.
Por su parte, el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las
Naciones Unidas ha señalado que el concepto de cultura es un concepto amplio
e inclusivo que comprende todas las expresiones de la existencia humana, que
debe entenderse “como un proceso interactivo a través del cual los individuos y
las comunidades, manteniendo sus particularidades y sus fines, dan expresión a
la cultura de la humanidad”.
¿Quién puede negar que las peleas de gallos forman parte de ese proceso
interactivo a través del cual miles de mexicanos se sienten identificados? Al
prohibir las peleas de gallos sin dar razones que den cuenta del por qué de esa
prohibición se viola el espacio de libertad de quienes sí se identifican con la
práctica de esa actividad; se fomenta además una sociedad que rechaza la
pluralidad y la diferencia de pensamiento sobre la base de lo que no puede
entender una mayoría y, por ello, se ponen en peligro las libertades de las
minorías. Aunque no es el objeto de estas breves líneas, vale la pena señalar que
el componente cultural inmerso en la tradición gallística configura a la vez un
elemento diferenciador que la separa de otras prácticas que involucran la
participación de animales.
La defensa de esas prácticas culturales también es una defensa de las libertades.
Permitir que unos cuantos prohíban sobra la base de sus propios gustos y valores
morales, sin dar mayores razones, es el principio del fin de las libertades en un
Estado democrático. Hoy, los intolerantes atacan a las peleas de gallos, mañana
quien sabe.
***El autor es abogado litigante en
materia constitucional y
administrativa

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