La confusión interesada

La confusión interesada

Por RAFAEL CARDONA

Alguien con sentido humorístico quiso hacer una antología de las barrabasadas de Vicente Fox. Como el abajeño, rústico, ranchero y gozosamente inculto, sin pretensiones de historiador ni ensayista era infatigable, el compendio de sus memeces quedó trunco desde antes de llegar a la imprenta.

Hoy en la misma silla se sienta un hombre de amplia obra publicada *. Volúmenes cuya redacción siempre ha ido acompasada con los momentos políticos de su vasta carrera rumbo al poder. En el mejor de los casos se trata de obras de respaldo político coyuntural, con un indudable valor testimonial y hasta documental sus malquerientes dicen: ha publicado más libros de los que ha leído. Sus adoradores lo consideran un hombre de profundidad reflexiva, talento analítico y estilo contundente.

Cada quien.

Pero toda esa seriedad editorial no lo hará pasar a la historia popular. Quizá ocupe desde ahora y más en el futuro, un especio en los anaqueles de las escuelas de sociología o ciencias políticas. Alguna biblioteca pública. Un centro de estudios especializados. Pero el pueblo, ese por el cual tanto se preocupa y del cual a cada instante se ocupa, lo recordará por otras frases, parecidas — por cierto– a las de Fox.

Conocida su habilidad de orador pendenciero, pasará a la memoria por el frijol con gorgojo (como las tepocatas y las víboras prietas), o el avión que no tenía ni Obama. Frases agudas y en cierto modo jocosas, picosas e inolvidables.

Pero también por la enorme falta de respeto de agradecer una pandemia, a la larga, con medio millón de muertos como un anillo al dedo para los propósitos de su cuarta transformación. No hubo ni sortija ni control de la epidemia. Fue un desastre.

Y si Fox le decía a los del PRI, rateros incorregibles, Don Andrés les dice a sus adversarios, traidores a la patria.

Pero su catálogo de injurias no es lo más relevante. Pesan más sus dislates y la recurrencia de sus errores o sus simulaciones. Mitigar el ardor de su derrota eléctrica con la nacionalización del litio nacional, es un choro innecesario. Tanto como anunciar –sin estudios, planeación, capital o estrategia, una empresa pública salida de la manga; un instituto para aprovechar ese mineral tan escaso y poco significativo en los raquíticos yacimientos otorgados por la naturaleza.

Si el diablo nos dio los veneros, un duendecillo miserable nos escrituró un poco del mineral.

En fin. Hay quien se cree esas cosas.

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