El oso (EU) puede aplastar al espinoso vecino (México), pero se lesionaría y por eso el adendum o enmienda del T-MEC

El diluvio, el aguacero ya llovizna

RAFAEL CARDONA

En las complejas y casi siempre inicuas relaciones entre México y Estados Unidos, asimétricas han llamado los expertos en la diplomacia de la suavidad, cuando no se nos viene encima el chaparrón, caen lluvias inclementes o simples aguaceros o lloviznas sobre lo mojado, pero el caso es simple: nunca estamos bien con los vecinos porque les resultamos incómodos, estorbosos y además nos saben difíciles de trato. 

Somos, como diría el oxímoron: dóciles pero duros.

Por eso el ex embajador estadunidense Jeffrey Davidoff hizo el símil zoológico: somos el oso y el puerco espín. Si necesidad  de exigir las disculpas del caso, pues un puerco lo es aun cuando esta acorazado por las púas,  Davidoff tiene razón. El oso podría aplastar al espinoso vecino, pero al hacerlo se lastimaría la mano. 

Por eso mejor le gruñe y le hace difícil la existencia. 

La semana pasada, frente al aparente triunfo diplomático de un Donald Trump dispuesto a esperar no se sabe cual circunstancia en el emplazamiento de su amenaza de catalogar a los carteles mexicanos en la lista de los grupos terroristas del mundo, a los cuales se les ha declarado la guerra de exterminio, y sin saber a cuales medidas de convergencia en su combate México se ha comprometido, nos alegramos porque gracias a la simpatía personal hacia nuestro Señor Presidente, el déspota de Washington decidió esperar.

Mal están las cosas cuando nos alegra algo tan mudable como el temperamento de Trump, el cual exhibe la acrecencia de principios diplomático en la relación con México: lo hice por pedido de un señor con el cual simpatizo. ¿Y cuando la simpatía se acabe o cuando sople el viento o la mosca vuele?

Y eso, si de verdad existiera.

Pero ahora se cierne otra amenaza: el comercio trilateral.

El Tratado salinista de Libre Comercio, impugnado en todos los tonos por la entonces izquierdas opositora y defendido por la izquierda gobernante, ha garantizado periodos de estabilidad y crecimiento en muchas áreas de la economía mexicana. Su manifiesta utilidad ha sido comprendida por todos, excepto por Donald Trump (el simpatías, le dicen en Palacio Nacional) quien desde su campaña electoral (ahora va por la reelección), lo calificó como injusto para su país y de leoninos rendimientos para el nuestro, lo cual es una absoluta mentira.

Trump amenazó con denunciarlo (como se dice en el lenguaje del comercio bilateral o trilateral) y salirse de él y de inmediato todos se pusieron a temblar. Por eso y nada más por eso se ha intentado el Temec. 

Pero México, donde al amparo de la urgencia por todo casi siempre ser nos queman las habas, se dieron dos circunstancias: Enrique Peña Nieto quería irse con algo para presumir en el ultimo acto de su gobierno, y el actual Señor Presidente quería demostrar cómo un tratado neoliberal se sustituye con otro tratado más neoliberal, pero desde su óptica propia.

Ildefonso Guajardo fue el artífice de este nuevo tratado al cual Jesús Seade, el actual subsecretario de Relaciones Exteriores, le vino a poner sólo la cereza en el pastel. Le dejaron el trabajo terminado en la parte más difícil.  La Secretaria de Economía, Graciela Márquez, ni lo ha leído. Es irrelevante.

Pero ahora el tratado, con todos los riesgos, ha sido sometido a un adendum o agregado o  complemento o enmienda. Y en ella se echan abajo muchos de los beneficios logrados en la anterior versión sin añadidos incómodos. 

Esa versión no les interesa a los estadunidenses quienes tienen un estira y afloja político electoral cuya hondura pasa hasta por la impugnación presidencial obediente a otros motivos, pero presente en un pleito interminable entre la Casa Blanca y el Partido Demócrata en el Congreso americano.

Y quien ha puesto piedras  en el asunto ha sido la señora Nancy Pelosi (bueno, ella no personalmente ; su partido en la Cámara de Representantes), a quien, candorosamente, el gobierno mexicano le ha pedido por carta, si fuera tan amable de apurarse con el despacho del tratado cuyo texto tanto nos interesa. La dama Pelosi se ha reído.

Dijo el anuncio presidencial: “voy a enviar una carta a la legisladora, a la dirigente del grupo parlamentario de la Cámara de Representantes, la señora (Nancy) Pelosi, voy a enviar una carta hoy, fijando nuestra postura, pidiendo su contribución y apoyo para que la Cámara de Representantes apruebe el tratado, con todo respeto a la independencia que tiene el Congreso estadunidense y desde luego Estados Unidos”.

La respuesta fue el adendum. 

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