El carnaval de los idiotas

El carnaval de los idiotas

Por RAFAEL CARDONA

Cualquiera diría, malos tiempos se ciernen sobre las democracias populistas de América Latina, pero la verdad es otra; no son ni malos ni buenos, son los efectos de una larga tradición rocambolesca de cretinos llevados al poder a veces por la fuerza caciquil de las dinastías podridas, otras por golpistas militares de los tragicómicos gorilatos; a veces –como sabemos y padecemos–, entronizados hasta estaturas inmerecidas para cuya elevación ni estaban preparados ni estaban capacitados, mucho menos adaptados, a las cuales jamás debieron acceder, gracias a la oleada demagógica continental con disfraz democrático, cuya fuerza barre las cordilleras, las selvas amazónicas, el istmo centroamericano, las viejas tierras mayas, toltecas y olmecas y se vienen a sentar en sillones mullidos cuando su mejor vocación son las hamacas bananeras, porque no se trata de hacer leña del pirú derribado en Lima o el, ombú bonaerense, para ciyar los casos del par de impresentables kircherianos a acastillados; pero dígame usted si no es para hartarse de reír a  carcajadas con estos imbéciles, como el sombrerudo sin alfabeto llamado Pedro Castillo, quien muy seriecito, como si fuera niño de escuela en Piura o Chiclayo,  se pone a  declamar una proclama golpista y disuelve el Congreso peruano sin saber siquiera cómo se hace –o cómo no se hace–,  semejante maniobra anticonstitucional  y luego se la tira, como quien nada dice, para anunciar una suspensión  de garantías y un  gobierno de decretazos y una nueva constitución dentro de nueve meses, y poco después, luego, lueguito, al acabar la lectura nerviosa y atropellada de semejante estupidez, sale corriendo con su equipaje y su señora, como si fuera el doctor Chapatín,  a ver si lo acogen en la embajada mexicana (este país recoge cualquier chatarra o cascajo latinoamericano, se llame Evo Morales, Cristina Kirchner, Héctor Cámpora  o Pedro Castillo) y cuando vio la lumbre salió por la parte trasera de Palacio de Gobierno junto a su exprimer ministro Anibal Torres y con su comitiva de resguardo de Seguridad del Estado de la PNP. Allí, se le comunica al chofer que llegue al destino antes mencionado.

“De manera que se escoge la Av. Inca Garcilaso de la Vega (ex Wilson) como la opción más directa para llegar. Todo aparentemente estaba saliendo de acuerdo al plan. Pero en paralelo se estaba realizando una reunión en la Comandancia General de la PNP que lo cambió todo”, porque luego de dar su mensaje y de anunciar el cierre inconstitucional del Congreso, Castillo se comunicó con el comandante general de la PNP, Raúl Alfaro (quien se encuentra de licencia por razones médicas) en busca de respaldo. Alfaro le respondió que él no estaba de acuerdo con lo que había hecho y que su postura estaba con la preservación del orden constitucional.

“En simultáneo, las mismas fuentes en el sector, indican que Willy Huerta, ahora exministro del Interior, llamó al jefe del Estado Mayor de la PNP, Vicente Álvarez, quien estaba a cargo de la jefatura de la PNP en reemplazo de Alfaro, para que autorizara el ingreso de manifestantes a la Plaza de Armas porque Castillo quería dar un mensaje. Tampoco obtuvo una respuesta afirmativa.

“Así,  Alfaro convocó al Alto Mando de la PNP para decidir la postura institucional frente al golpe de Estado que se estaba perpetrando. Álvarez y el inspector general de la PNP Segundo Mejía se sumaron a la posición de no respaldar lo dispuesto por el entonces presidente y, además, se concluyó que estaba actuando en flagrancia (delito de rebelión) al ordenar el cierre del Congreso.

“La decisión había sido tomada: Castillo debía ser detenido y quienes lo iban a hacer era el personal de Seguridad del Estado, es decir, su escolta, que estaba con él en ese momento. Se le comunicó el hecho, según las fuentes, al general PNP Iván Lizzetti, jefe de la Dirección de Seguridad del Estado, quien le solicitó a su personal que le informe sobre la ubicación del entonces presidente”.

Y entonces nos regalaron la fotografía más hermosa o grotesca de los últimos meses o años, según se vea: el cretino Castillo sentadito con cara de estupor muy poco tiempo después de su fracasada imitación de Napoleón Bonaparte, cuando se sintió cuando se creyó Fidel Castro en la Sierra Maestra y terminó en medio del ridículo más espantoso, el “tejerazo” incaico (es que soy inexperto, decía), la exhibición mundial de las limitaciones no solo políticas sino neuronales, porque ahora se le va a someter a un  proceso judicial (lo quiso evitar disolviendo el Congreso sin lograrlo y todo lo demás ya conocido) y lo van a juzgar por corrupto, Porque la estupidez, por desgracia, no es punible, como ha dicho un agudo periodista peruano (Jaime Bedoya),  cuya pluma regocija:

“A un suicida no le puede temblar la mano. El escalofrío con que tiritaban las hojas del discurso de Pedro Castillo era el presagio de que su último acto como presidente, tal como el primero y todos los que hubo en el medio, sería otro acto fallido.

“Perturbada la relajación natural del día previo a un feriado largo, y a punto de hundirnos una vez más en la irremediable tentación nacional por el fracaso, esa tembladera golpista que pudo haber sido trágica para el país empezó a dar señales de orfandad. Tenía dientes de leche. Detrás del trémolo había penuria, escasez. Eran la desesperación encubierta y el miedo silvestre del malhechor que en el fondo quiere ser capturado de una vez.

“Al cabo de un año y medio de hurto agravado y polarización como doctrina, esa rendición subliminal se presentaba como la salida incruenta a un callejón que parecía, gracias al Congreso, no tener salida.

“Luego del mensaje golpista solo se escucharon grillos. No asomaba la menor señal de apoyo armado al golpe. Las calles seguían pensando en el feriado o en cuánto faltaba para los cuartos del final. Las instituciones tutelares empezaban a condenar la bravuconada temeraria con una pulcritud inusual en demostraciones de fuerza, aunque aquí esta brillaba por su ausencia tanto física como intelectual. Sus propios y adefesieros ministros, hasta los más untuosos en términos de salivación ante el líder, renunciaban en cadena confirmando la supremacía del impulso mamífero por abandonar aquel barco que se hunde…

“La cereza de esta torta cruda se manifestó cuando su propio abogado, el necesitado de atención doctor Benji Espinoza, le soltó la mano. Ni siquiera un sucedáneo de Montesinos tenía al lado, pues todos los aspirantes a aquello ya estaban presos y declarando eficazmente en su contra. Castillo no había planeado ni siquiera su propia autoeliminación. Charles Darwin lo había hecho por él.

“El resto quedó en manos del principio de la selección natural, aquel donde los organismos menos adaptables se eliminan solos. Su escolta presidencial, atascada en el tráfico limeño rumbo a una embajada demasiado lejos, dijo: “Salgamos de esto de una vez”. Acto seguido, el golpista acababa leyendo una revista en la prefectura con la despreocupación propia de encontrarse en la sala de espera del dentista. La historia peruana se repetía, esta vez como farsa, según el canon.

“Su golpe duró lo que duran dos peces de hielo en un ‘whisky on the rocks’. El partido España-Marruecos con sus ciento veinte tres minutos y siete penales posteriores fue más longevo, estructurado y memorable.

“Mientras Castillo espera ser denunciado por el delito de rebelión, ya que ser idiota no constituye un ilícito, la historia discurre ante nosotros…”

Y en medio de todo ese despelote tercemundista, los enredos ebrardianos y andresianos en torno del asilo de un pelmazo de solemnidad a quien ahora, bajo la condición del asilo, los mexicanos vamos a mantener con casa, cobijo y sustento.

Ese no sirve ni de franelero en la calle Corregidora.

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