Del ‘nos vino el coronavirus como anillo al dedo’ presidencial a la metáfora bíblica: ‘…como anillo de oro en el hocico de un cerdo…”

El Apocalipsis y el Señor de los Anillos

Por RAFAEL CARDONA

Las horas del encierro estimulan conversaciones circulares en cuyo tema único se vuelve al principio, porque en nuestro nuevo Génesis podríamos decir, en el principio fue el virusla corona apocalíptica, la pandemia, la infección invisible desparramada por los mares y los montes del mundo.

Y hablamos de él y sobre sus consecuencias, sobre el hambre, la enfermedad y la injusticia y la boca de los necios y los ojos cerrados de los muertos, y las frases regresan como galopan  los inmóviles caballos de un tiovivo en la tapa de un alhajero, para alegría de las niñas soñadoras, o los corceles de Juan de Patmos para advertir, desde el miedo ancestral,  de los temibles potros  de colores:

“…Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo y para vencer. Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que decía:

–Ven y mira.

Y salió otro caballo, bermejo; y al que lo montaba le fue dado poder de quitar de la tierra la paz, y que se matasen unos a otros; y se le dio una gran espada. Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía:

–Ven y mira.

“Y miré, y he aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en la mano. Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía:

–Dos libras de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario; pero no dañes el aceite ni el vino.Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que decía:

–Ven y mira.

Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra”.

Busqué con ahínco los augurios benéficos del galope de los cuatro potros de la muerte y la espada;  la corona (virus), tras cuyo paso vendría la felicidad en la tierra, y nada hallé comparable con las profecías tropicales  de nuestro tiempo cuando se nos prometen la prosperidad y la paz; la alegría del corazón, pues,  porque tantos males y calamidades nos han venido oportunas y justas como sortija en el dedo.

Pero hallé en los Proverbios (11.22) este pensamiento:

“…Como anillo de oro en el hocico de un cerdo…”

Pero en medio de tanto temor, de tanto desconsuelo porque en las costas de  México reinan nada más la soledad y la brisa marina y lugares como Playa del Carmen, Huatulco, Mocambo o Acapulco se hunden en un pantano miserable, lejos de la única actividad legalmente productiva y extendida,  fuera del narcotráfico cuyo territorio es ahora plaza indisputada en las rutas de la droga, porque si se eclipsa el turismo, si no hay a quien venderle siquiera un coco frío en Caleta-Caletilla, pues solo quedan los “Ardillos” y los “Rojos” y todos los de su ralea y el verbo tener se conjuga en pasado, como sucede en todos los demás lugares donde, como dice Pessoa, comienza el mar y se acaba la tierra.

Pero los tiempos del confinamiento doméstico nos ayudan a usar el ocio en algo más allá de lamentarnos o limpiar el armario.

“…Tuviste la prudencia de mantener el anillo en secreto todos estos años… los anillos mágicos son, bueno, mágicos… has hecho la broma y has alarmado y ofendido a la mayoría de tus parientes, y le has dado a la comarca tema de que hablar durante nueve días; ¡qué digo!, durante 99 días…”, nos ha dicho Tolkien en su enorme mitología de las tierras bajas y todo aquello tan prodigioso para cuya lectura hacen falta ésta y otra cuarentena más, pero no se trata de meterse en las honduras del anillo (sin albur); porque vacacionaríamos en reinos ignotos como la tierra media y necesitaríamos hablar con los Elfos de Eregión o los Gwaith-i-Mrdain o perseguir al Señor de los Dones y saber de los siete anillos de los enanos o quizá hasta leer “La sortija de amatista” de Anatole France o cantar con  Cuco Sánchez, “Anillo de compromiso”, ahora cuando estamos impedidos de recorrer el Anillo Periférico, mientras la Filarmónica de Berlín ejecuta El anillo del Nibelungo.

Y tampoco podremos  ver mujeres nudistas en Oaxaca (u hombres, para quienes tal gusto tengan), porque el gobernador Alejandro Murat ha dicho, protegeos los unos a los otros y ha ordenado el cierre de las playas y los restaurantes y las fondas de tlayudas o moles coloridos como la variedad del Apocalipsis, amarillos, negros o bermejos, así como todas las actividades no esenciales para lo elemental; porque el contagio debe ser frenado a toda costa, cueste cuanto cueste, porque al fin y al cabo ningún sacrificio es grande si está de por medio la vida humana y –a fin de cuentas–, la futura viabilidad social.

Mientras tanto los días se van sucediendo iguales, rellenos con nuevas rutinas o actividades aplazadas, como ordenar los libreros y sacar de los roperos las viejas camisas y los pantalones olvidados; releer cosas de antaño y saludar a viejos amigos en largas conversaciones cuyo término siempre es el mismo: ahora, cuando esto acabe, deberíamos vernos con más frecuencia.

Por ahora esperamos el mensaje dominical del Señor Presidente quien no cesa en sus afanes comunicativos, quien sabe si comunicacionales, pues no es lo mismo estar dormido o estar durmiendo.

Mensaje y Evangelio significan lo mismo y así, con los aromas del encierro, con el alma en un hilo, el Jesús en la boca y el anillo en el dedo (sin albur), encendemos los aparatos de la tecnología digital o los televisores o los radios y los teléfonos inteligentes, y esperamos las noticias del Palacio Nacional, casi con la misma desesperanza de Arturo Herrera, el resistente secretario de Hacienda,  cuya cara dura no se altera a pesar de las reconvenciones públicas a las cuales lo somete su jefe cada y cuando quiere hacer el trabajo encomendado.

Pero los gobiernos nunca pierden.

Siempre encuentran formas de seguir mirando hacia dentro en su única potencia real: justificarse.  Nunca ha reconocido gobernante alguno su fracaso, ni siquiera cuando la realidad se lo ha mostrado. Siempre se culpa a alguien, el pasado, el imperio, el bloqueo, la injusticia, el conservadurismo, el neo liberalismo, las fuerzas oscuras, los dedos demasiado gruesos para los anillos (sin albur) o los anillos demasiado anchos para los anulares (sin segundos sentidos).

Hoy el gobierno tetramutante,  ha echado en la talega de la burocracia 300 mil millones de pesos de fideicomisos aun en operación, cuya disposición desconocemos en detalle, pero nos sabemos de memoria en lo general: programas socio-electorales de alimentación de clientelas seguras y resguardo de las obras significativas en medio de un entorno mundial y local,  cuyo pronóstico más favorable nos hunde en la parálisis económica, quien sabe por cuanto tiempo más, porque  no se logra desarrollo sin crecimiento, porque en todo caso son sinónimos, aunque al primero se le quieran incorporar elementos de justicia y al segundo simples numerologías de tecnócrata trasnochado.

No se conoce economía triunfadora sin  inversión, instalaciones industriales,  comercio multilateral, inventiva, educación y salud. La economía necesita dinero bien invertido y bien gastado, porque a fin de cuenta dos y dos son cuatro. Solo hace falta saber para quién son esos cuatro.

Pero el tiempo es infinito y a veces también sin el tedio y el hastío o la repugnancia por tantas ineptitudes, por tanta palabrería, por eso, en memoria de mi viejo amigo Francisco Liguori, he escrito estos versitos:

“Cuando el virus nos sofoca

y se impone contundente

el encierro consecuente

o el uso del tapaboca;

de mil modos yo pidiera

que el consejo lo siguiera,

por una ocasión siquiera,

nuestro señor presidente”.

–o–

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