ACABA EL AÑO SANGRIENTO
Por Rafael Cardona
Quizá ya resulte ocioso presentar el balance de fin de año en cuanto a la peligrosidad de la vida en México.
Lo acepte el gobierno o prefiera seguir con la insistencia de su ridícula cantaleta, los miles y miles de muertos acumulados en los pasados doce meses nada más refuerzan un hecho: no ha sido posible en los últimos 17 años, lograr una estrategia eficaz para vivir en paz.
La única diferencia entre la ineficacia de los anteriores y el reduccionismo cínico de este es la traición de sus argumentos de persuasión electoral anti sistémica, con los cuales prometió, hace cinco años, “serenar” al país y gobernar para la paz.
El ridículo de esa oferta de campaña, irreflexiva y falsa como suelen ser todas las promesas electorales, incluía la constitución de foros sobre la materia, a los cuales se querría invitar hasta al papa Francisco.
Sólo faltaba importar a la Guardia Suiza.
Fue una patraña sin sentido. Ni siquiera se pudieron hacer los dichos foros y su coordinadora, Loreta Ortiz, ahora despacha en muelle sillón en la Suprema Corte de Justicia. Un premio a la inutilidad.
De ahí en adelante todo ha sido la invocación de los fallos anteriores, la condena insistente en señalar a Felipe Calderón como culpable de todos los males de hogaño y antaño, con lo cual la pólvora se dispersa en “infiernitos”. La creación de la Guardia Nacional fue un capricho nostálgico. Y la expansión del sector de las Fuerzas Armadas, un pago por la protección anticipada.
Pero nada funcionó.
Por eso ahora, en el arranque de este año electoral, cuya propaganda nos aturdirá de aquí al terrible mes de junio, el discurso de la oposición será constante en el señalamiento de los males de la inseguridad y sus proyectos, propósitos y diagnósticos sobre la violencia, la desaparición de personas, las extorsiones aquí y allá.
La sola mención de la palabra inseguridad es en sí misma una expresión opositora y si la candidata Gálvez quisiera hundir la puya en cada una de sus presentaciones públicas, debería llevar la exacta contabilidad de los hechos a los cuales quiere poner remedio y ofrecerla de manera constante a la consideración de los electores.
Eso lo ha entendido bien el último gobernador priista; Manolo Jiménez, quien cierra su primer mes de gobierno con un discurso sin alusiones críticas, pero de contenido implícitamente crítico.
Jiménez presidió la primera Sesión Ordinaria del Consejo Estatal de Seguridad en el cual ratificó el Convenio del Mando Único Policial entre el Gobierno estatal y los 38 municipios, para respaldar a las fuerzas de los ayuntamientos y cooperar con el Ejército y la Guardia Nacional.
La experiencia lo prueba: la seguridad se logra de lo municipal a lo federal; no al revés.
Pero hay un fenómeno cuyo crecimiento agrava los escenarios de la violencia y el delito: la migración. Y como Coahuila es corredor migratorio importante, Jiménez se reunió con el gran ausente de todas las reuniones binacionales, el judicialmente indiciado Francisco Garduño, quien se quiera creer o no, sigue al frente del Instituto Nacional de Migración. Pues con él y con mandos militares se reunió, MJ, para coadyuvar con las instancias federales, “siempre en completo respeto de los derechos humanos de las personas migrantes”.
Otro incapaz con premio: si a Loretta su amigo la colocó como ministra en la SCJN, a Garduño la misma persona lo alejó de los alcances de la justicia y le regaló la impunidad.
En ese sentido vale una digresión: la carta de Joe Biden, presumida por nuestro presidente como un certificado de aptitud (por quien no debería calificarlo), es la confirmación de cómo por las malas (Trump) o por las buenas, México sigue las instrucciones estadunidenses.
Ellos imponen sus necesidades ante una real ausencia nacional de política migratoria y de refugio, asilo o residencia temporal con permiso de trabajo.
¡Mamá, fui al circo y me saludó el payaso! Lo mismo.
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