La feliz dependencia llega a su fin: Trump se va

Para los estadunidenses — al menos la mitad de ellos– la confusa etapa final de la elección presidencial y sus acusaciones de fraude, preparadas semanas antes, han sido un portazo para cerrar el periodo menos ejemplar de su historia reciente: el populismo zafio, megalomaníaco, inculto (como suele ser  esa corriente tan corriente) cuya grosería en casi todos los campos, mostró la crisis axiológica americana como pocas veces antes.

–¿Cómo lo eligieron, cómo lo soportaron?

También ha sido una oportunidad para reflexionar sobre la modernización inaplazable de su sistema electoral. Si no en las características básicas –voto indirecto, colegio electoral–, sí en la agilización de sus procedimientos de conteo.

A ellos, a diferencia de a nosotros, no se les cayó el sistema. Jugaron con un sistema caído de antemano. El país de Silicon Valley sigue enredándose con votos  bolígrafos y lápices, como si fuera Teloloapan.

Haberse dejado representar  por un patán de tan baja estirpe, ha sido una  una prolongada vergüenza venga como venga el futuro de ese país alguna vez ejemplar.

A ellos les toca ahora devolverle la dignidad civilizada

al poder imperial. Su democracia ha sobrevivido en lo esencial, pero ha quedado maltrecha porque ha probado cuántos americanos siguen viviendo en siglos pasados.

Quedan, por eso mismo, vivos  los residuos del “trumpismo” –esa forma miope, sorda, excluyente y racista– de entender la posición americana en el mundo y su divisionismo y político de exclusión, han ha sobrevivido quizá fortalecida por haber logrado la desunión de los unidos.

El principal elemento de cohesión de la vida americana; la posibilidad de hacer real aquello de “et pluribus unum” (De todos, uno) es el respeto a la ley. Y ese principio innegociable, es letra muerta para los seguidores de Trump, imbuidos de la idea de la ley del fuerte, el rico, el poderoso, el osado irrespetuoso.

Quizá sea peor el cercano “neotrumpismo” agazapado y revanchista.

¿Pero y nosotros?

Para los mexicanos –la mitad al menos– marca el conveniente fin de una relación entre presidentes de preocupante similitud, cuya mejor definición es la del subordinación feliz.

La sumisión del presidente mexicano a los caprichos e insultos trumpianos, fallidamente disfrazada por el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard como habilidad diplomática cuando no fue sino miedo y obediencia, como quedó probado con el despliegue  de la Guardia Nacional para vigilar la frontera geopolítica de los americanos  hasta el Suchiate, con grave daño a los derechos humanos de los migrantes centroamericanos y la soberanía nacional, ha inaugurado en México el uso de las Fuerzas Armadas en beneficio de otro país, deberá buscar ahora otras estrategias.

La asimetría (desigualdad, le diríamos con mejor palabra) entre los Estados Unidos y México no va a desaparecer con el cambio presidencial en Washington. Ellos seguirán siendo el imperio y nosotros el traspatio. Pero una cosa es reconocerlo y otra agradecerlo.

Ahora podrían desaparecer la untuosidad y las falacias en el trato del Ejecutivo nacional hacia Washington como ocurrió en el trato con el barbaján, ante cuyos agravios, insultos raciales y amenazas apareció de pronto el agradecimiento, como quedó escrito en aquel penoso discurso de julio pasado en la Casa Blanca.

“…Como en los mejores tiempos de nuestras relaciones políticas, durante mi mandato como presidente de México, en vez de agravios hacia mi persona y, lo que estimo más importante, hacia mi país, hemos recibido de usted, comprensión y respeto…”

Mentira, una mentira absoluta.

Lacomprensión y el respeto consagrados en el mendaz discurso se dieron –entre otros cientos de ejemplos agresivos–, de esta forma:

“…A partir del diez de junio Estados Unidos les impondrá un cinco por ciento de arancel a las mercancías que lleguen a nuestro pañis desde la frontera con México, hasta en tanto no cese el arribo de migrantes ilegales a nuestro país. Alto. Las tarifas se aumentarán progresivamente hasta remediar el problema migratorio…”

Pero esas aguas ya pasaron bajo el puente.

México puso a sus soldados de la Guardia Nacional y formó un tapón fronterizo para –lo dijo Porfirio Muñoz Ledo–  hacerle “un oscuro favor “ a los Estados Unidos y a pesar de ello nos mostramos (o el Señor Presidente nos mostró), como una nación agradecida por la inexistente cortesía y el más invisible respeto, cuando fuimos obsecuentes ante los caprichos y las amenazas, como el muro y las definiciones de país de bandidos, violadores y asesinos, cuando no narcotraficantes, como han querido exhibir –sin prueba alguna–, con el general Salvador Cienfuegos, ex secretario de la Defensa Nacional, para provecho de la cruzada moralizante interna.

Guardar silencio ante las ofensas, habría sido mejor. Agradecerlas fue una infamia.

Pero todo se termina algún día.

Y los días de la incomprensible administración de un tramposo profesional, fullero de casino;  lenón de concurso de belleza; constructor fraudulento, evasor fiscal, señor del mal gusto dorado y  deslavado tupé, cuya presencia exhibió de golpe el inocultable declive americano, han llegado a su fin, así amague con encadenarse al escritorio de la oficina ovalada para obligar a un equipo SWAT a sacarlo esposado y a rastras, con lo cual podrá creerse Evo Morales en el avión de los mexicanos o el loco Bucaram rumbo a Panamá.

La célebre carta en la cual López Obrador dibuja un panorama de ensueño para México para Joe Biden, (en aquel tiempo vicepresidente de Estados Unidos), invitado a Los Pinos por Felipe Calderón, sin ningún elemento de realismo político. Era una proclama, para exhibir los defectos del anterior gobierno y trazar un luminoso retrato de un porvenir inalcanzable para lo cual México necesitaría  la ayuda de los Estados Unidos.

“…Lo que planteamos es que el gobierno de los Estados Unidos aumenten y den un nuevo cauce a la ayuda oficial a México. Y para eso, estamos dispuestos a poner en correspondencia nuestro plan económico y establecer una nueva relación fincada en la cooperación para el desarrollo. Ello, desde luego, en un ambiente de respeto a la soberanía de nuestro país…”

¿Y tu nieve?

Cooperación para el desarrollo, decía el entonces activista, como si los americanos necesitaran desarrollarse.

¿Cooperación para nuestro desarrollo? No es de su incumbencia. Ya vimos a dónde los llevó la ALPRO en tiempos de Kennedy. Ellos creen haber hecho suficiente con el tratado trilateral cuya tutela en temas sindicales, laborales, de avance democrático y demás, los beneficia a ellos, no a nosotros.

Biden no se entenderá con un desconocido. Sabe quién es el Presidente de México y conoce –en eso los americanos son expertos–, el verdadero valor de un dólar. También de una postura o un discurso políticos. Es difícil darles el gato y cobrarles la liebre.

Los demócratas son un poco más abiertos en ciertos temas pero no podemos olvidarlo, son ante todo estadunidenses y no tienen amigos, tienen intereses. La diferencia es la forma como los defienden y cómo los imponen.

Hoy el gobierno de México trabaja a marchas forzadas para confeccionar un rápido acomodo con los demócratas.

Y en ese rápido ajuste muchos serán los sapos por tragarse, porque no son iguales los planteamientos panfletarios sobre la ayuda americana en una carta de campaña política, cuando se miraba una luna de queso y se planeaba construir cinco refinerías de petróleo y crecer al seis por ciento anual, cosa decretada como imposible por la realidad vérselas con la verdad cara a cara.

Y de las cuentas alegres del empleo en aquella misiva, mejor ni hablar. Arduo es cumplir las utopías de la propaganda.

HISTORIA

Muchos se preguntaban ante la posibilidad de un retorno de Trump como candidato dentro de 4 años, si algún presidente se había reelegido tras una derrota y un mandato intermedio.

Sí, ocurrió en 1889 cuando Grover Stephen Cleveland (me lo dice Leonardo French)  perdió ante Benjamìn  Harrison, a quien  sucedió cuatro años después.

Fue el XXII y el XXIV Presidente de los Estados Unidos, entre 1885 y 1897.  Lo sucedió William Mc Kynley.

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