López Obrador mandó ¡al diablo las instituciones! y las iglesias abogan por ellas, por la paz y por el poder público

LA ORACIÓN POR LAS INSTITUCIONES

Por Rafael Cardona

                                                                               En memoria de IML

Indeleble como un estigma, imborrable como un tatuaje o una cicatriz en el discurso de su proverbial intransigencia, la frase célebre y furiosa del entonces agitador político, Andrés López cuya vehemencia envió al diablo a las instituciones (“…al diablo con sus instituciones”, fue la maldición…), ha encontrado años después una réplica religiosa: ayer en las iglesias del país los sacerdotes mexicanos incitaron a los fieles a orar por la funcionalidad institucional.

La convocatoria espiritual –o al menos religiosa—  decía así:

“…trabajar unidos en un único proyecto, para escribir una nueva página de la historia de nuestro país, llena de esperanza, de paz y reconciliación, pedir por las instituciones gubernamentales de nuestro país para que realicen mejores políticas públicas en favor de la paz…

“…La política de seguridad pública del presidente ha sido fuertemente criticada hasta ahora por sus resultados”.

“La realidad de la violencia del país nos sigue doliendo e interpelando como iglesia, ahí sentimos que los laicos tenemos un llamado especial en este momento de la historia y en ese llamado sentimos que este camino necesitamos hacerlo juntos como hermanos en Cristo”.

El mensaje, inusitado de por sí, adquiere mayor relieve por la fecha.

Si toda esta inconformidad (existente desde hace tiempo, pero disimulada durante los primeros años del gobierno) salió a la luz a raíz del asesinato de los sacerdotes jesuitas en la Tarahumara, es notable la alusión a las políticas públicas derivadas el correcto funcionamiento de las instituciones, en el día de San Ignacio de Loyola, patrono de la Compañía de Jesús cuya importancia histórica es imposible negar.

Y así como imborrable fue la satanización de las instituciones, también lo es la frase del corriente río de sangre por el país:

Luis Gerardo Moro, provincial de la congregación, quien  al ser asesinados los sacerdotes en Chihuahua, dijo algo tan metafórico como preciso: “…la sangre de Pedro, Javier y Joaquín se une al río de sangre que corre por nuestro país”.

Desde entonces la iglesia ha asumido un papel activo. No importa si el ropaje de ese activismo se presenta como inocuas jornadas de oración y rogativas dentro de las iglesias o en la ahora de los sacramentos. No.

La influencia de la iglesia no reside en los templos. Se activa fuera de ellos.

Poco antes de la fecha (ayer al mediodía), el arzobispado envió este breve mensaje:

“En el contexto de las jornadas nacionales de oración por la paz en México, se realiza esta Vigilia para orar por las víctimas de la delincuencia, por los victimarios y por las autoridades gubernamentales”.

De acuerdo con la tradición católica la Iglesia siempre propondrá la conversión de los delincuentes; apelará a la última luz posible en sus corazones. Pero también hará lo mismo por la responsabilidad individual; el perdón, pero también el castigo. Sólo se perdona a quien ha pecado. Los inocentes no lo necesitan; ni el humano, ni el divino.  Y la contrición, el arrepentimiento o el propósito de enmienda son valores católicos perdurables. Ya lo sabemos.

Pero también se le habla de frente al gobierno. ¿Para qué? Pues para eso, para instigarlo a crear condiciones de paz y convivencia. Por eso la tesis central del activismo de la iglesia, ante el cual el presidente de la República finge desinterés y resta importancia, es muy simple:

“…Nunca será lícito ni legal que la autoridad civil claudique de su responsabilidad en materia de seguridad y paz social (Ramón Castro, obispo de Cuernavaca), para eso tienen el poder y uso legítimo de la fuerza. Abrazos, no balazos es demagogia y hasta cierto punto complicidad, autoridades no fallen, cumplan su función, garanticen con hechos la seguridad…”

Más clara, ni el agua bendita.

Algo extraño ocurre en un país donde hasta los jacobinos hallan en los hombres de la Iglesia una voz atendible y un contrapeso conveniente ante los desatinos e ineptitud crónica del gobierno.

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