Sí, señor presidente, mándelos al carajo

Si, señor presidente; mándelos al carajo

Por RAFAEL CARDONA

No se si fue el mejor momento de su discurso o de su cima política,  pero esa  frase a todo pulmón en el Zócalo Democrático (alguna vez ya dicha, es verdad, pero no en este contexto de aniversario glorioso), repetida en el momento cenital de su gobierno, en el punto sin retorno, en el lampo de las definiciones intransigentes, cuando queda lo mismo en el pasado o en el futuro; o sea a la mitad del camino,  será imborrable en la conciencia  de quienes lo escuchamos a voz en cuello decirles a los conservadores, de una vez por todas y para siempre –eufórico y determinado–, váyanse al carajo con esas ideas, porque la falacia –entre tantas–, de una nación creadora de riqueza para los de arriba cuyo lento goteo dejaría ahítos a los de abajo en un futuro imposible, ha sido descartada para siempre, abolida, expulsada de nuestra vida diaria, y por imborrable el despacho. al carajo debe quedar como lema de la época venturosa en la cual nos ha tocado vivir, en el nuevo tiempo mexicano por el presidente impulsado con cuyo vigoroso ejemplo hemos recuperado la idea juarista y por tanto precisa, exacta, perfecta, inmutable, porque todo con el pueblo; sin el pueblo nada y ya era tiempo de ponerlo en claro, olvidarse las medias tintas porque somos o no somos y “chole” con los corrimientos al centro, nada no hay centro, izquierda (como la madre) sólo hay una y venga la apuesta a lo seguro, la baza es por los pobres, por ellos, por su atención, por su redención, por su amor, devoción pensión universal, porque sólo ellos merecen bienestar social, respaldo, financiamiento, subsidio, programa, social y trabajo redentor, nada más ellos, y nadie más y  si somos auténticos y nos pronunciamos por la verdad y por los pobres, pues se ponen las cartas en la mesa y con eso basta y por eso el año próximo el pueblo mandará si el Ejecutivo permanece o se retira a su hacienda (Dios nos libre)  y lo más seguro, se lo aseguro, será su permanencia, su consolidación, su ratificación jubilosa,  entre aplausos, vítores, címbalos, platillos y tambores, cuya estridencia, con una celebración igual a la de ayer en el mismo lugar y con la misma gente, dejará pálidos el entusiasmo y la euforia de hace unas horas, porque no está solo, no está solo y porque nadie podría pensar en remover a un hombre de sus dimensiones históricas, de su integridad humana, de su habilidad política; de su capacidad administrativa, de su elocuencia sincera; de sus resultados exitosos entre los cuales destaca como ningún otro, la Revolución de las Conciencias por usted promovida, pues esos si son cambios profundos, los del alma humana, los del entendimiento; no las obras materiales cuya edificación es también necesaria, pero puede ser removida, cambiada o destruida, coda imposible sin se habla del pensamiento del pueblo, porque el pueblo –se desprende de su didáctica pieza oratoria de ayer–, es invencible, infalible, eterno, poderoso, ejemplar, sabio y perdurable como el aire de nuestras vidas, como el cielo de nuestra patria o el glorioso pasado de nuestros pueblos originarios; de nuestra fuerza cultural y si se me permite y por eso mismo, porque esta pobre prosa no logra rozar las cimas de la elocuencia, yo quisiera utilizar este espacio para reproducir las sabias palabras del conductor de nuestras masas, del guía de nuestros corazones, del adalid de nuestra redención, de nuestra regeneración moral, económica, política, social y cultural, pero es difícil seleccionar las ideas; mejor sería editarlo, hacer miles de folletos con tan prolijo e importante texto, cuyo contenido podría formar los nuevos sentimientos de la Nación, como dijo Don José María, y con él crear la Nueva Constitución Moral de la República y quien no lo crea, ande y vaya al carajo…

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