Palacio se ha convertido en la sede del humor involuntario, hechos sobrenaturales, gazapos, falacias, engaños…

La otra corte de los milagros

Por RAFAEL CARDONA

Nadie ha reparado en esto y no resulta presuntuoso decirlo en este espacio pero la Cuarta Transformación tiene entre sus muchas aportaciones a la historia nacional, además de su intermimable capacidad para el humorismo involuntario, una auténtica potencia taumatúrgica; porque la verdad es frecuente: en la corte del Palacio Nacional se les dan los milagros, en ese noble edificio por donde han pasado todos los hombres y algunas mujeres importantes de nuestra historia, se producen hechos sobrenaturales, como diría William Shakespeare, gracias a los cuales la oreja mira y el ojo escucha, porque dígame usted si no es milagro hallar ahí, en el Salón “Guillermo Prieto”, conocido también como el de la Tesorería, con sus arcadas y farolas de globo y su herrería de delirio y sus artesonados de madera donde sol con gorro frigio aparece como años atrás lo hacía en las monedas de veinte centavos, se presenta hebdomadariamente una muchacha cuyo trabajo es  analizar la prensa sin saber leer, a pesar de lo cual con habilidad de cazador ciego, persigue gazapos, falacias, engaños, mentiras, en los medios, sostenida políticamente por su otra incapacidad: no sabe mentir; es incapaz ante la falsedad, porque no se trata de hacer cuñas con el mismo palo, faltaba más, y por eso a pesar de sus desaciertos, desatinos y confusiones entre la magnecia y la gimnasia, la señorita Anita Vilchis (o quizá sin ese lenguaje machista y patriarcal le debería decir, señora a secas), ha recibido del presidente de la República el certificado de sinceridad con cuyo mérito suple su incapacidad para desplegar en público una habilidad supuestamente aprendida desde la primaria cuando la “miss” (así le decían), nos retaba en el segundo año a leer “de corridito” algunas páginas de la “Rosas de la infancia”; libro inolvidable de doña Enriquta Camarillo de Pereyra, quien fue, como todos sabemos, esposa de Don Carlos Pereyra uno de los grandes sabios de la patria (y no me refiero al “Tuti”, ese fue otro), de quien nos deberíamos ocupar más  adelante, pero eso no es por ahora asunto ni tema, porque lo notable de esta señorita es cómo a la manera del Cristo en el templo,  fustiga a los mercaderes de la verdad en el Templo de la Transformación ( esa frase no se le ocurrió ni a Enrique Serna), y los echa a látigazos de las puertas de la credibilidad, pero (simpre hay un pero), lo hace de dislate en error y de tropiezo en traspiés, pues no sólo confunde los dólares con los miles de dólares o al portador de la chamarra Gucci con otra persona (se le conoció como el “affaire” “Guccilopóchtli”),  y cuando quiere desmentir, termina corrigiéndose a sí misma porque ha inventado una categoría de la realidad en la cual las cosas son ciertas pero no lo son o son reales pero exgeradas como si existiera el medidor verbal para decir cuando se exagera y cuando no,  o si la naturaleza de las cosas cambiara por cómo y cuando se habla de ellas;  porque no sabe ni siquera seleccionar las falacias de los medios y la pobre se emboruca como la telefonista Cuca de las viejas series radiofónicas y no da pie con bola ni puede exponer sus anatemas con la elemental sindéresis y si esto no sonara feo podríamos decir, mete la pata con singular tesón, fervor inusitado y ardiente frenesí (frase del genial Pancho Liguori), pero eso no es lo grave, lo notable es cómo el señor presidente compromete la seriedad de su tribuna mañanera con el derrame tepachero de la niña Vilchis (y le digo niña por usar una palabra amable y con la tolerancia debida a mis muchos años), en vez de otorgarle un sencillo curso de lectura en voz alta o una maestra o maestro capaz de enseñarle a articular sus palabras e ideas, ya no digamos un extemporáneo curso de redacción siquiera en la Universidad (¿?) de la Ciudad de México, porque no es justo echar a perder tanta fidelidad, tanta conciencia política, tanto afán de exhibir a los medios perversos cuyo ardor en contra del señor presidente nada más se debe a la pérdida de los privilegios de antaño cuando sembraban, cosechaban y disfrutaban todo tipo de cucurbitáceas con espinas, cuyo nombre suena tan feo como la conducta de esos inmoreales agricultores y sus huertos de chayote, digámoslo de una buena vez, porque ya lo sabemos, la señorita Vilchis podrá no saber leer, pero ni falta le hace porque ella no miente, porque le mira semanalmente el rostro a la verdad, de frente y de tres cuartos,  a diferencia de los adversarios, enemigos, rivales, antagonistas y opositores de la Cuarta Transformación, escondidos por los rincones, temerosos que alguien los vea; malvados vendepatrias, chayoteros, “embutecidos” (y algunos “hamburguesados” como la UNAM),  cuyo domicilio debe estar en la calle de Iguala o “en-Butemberg”, pero a ellos y al falaz Calderón, les ha dicho el señor presidente con toda justicia: “tal vez no sepa leer, pero por lo menos no dice mentiras”, pues sí, por lo menos, aunque confunda la reforma eléctrica con la reforma Elektra, porque eso nada importa en una corte milagrosa donde el director de Pémex es un agrónomo; el Instituto para la Salud y el Bienestar está en manos de un arqueólogo, sin meternos por ahora en más milagros, como ese por el cual una periodista se encarga de la Secretaría  de Seguridad ciudadana, porque los prodigios,como el del próximo domingo, son dones del cielo, son regalos de la divinidad y el creador y su madre celestial no han hecho nada igual con ninguna otra de las naciones, como dicen hagiógrafos y taumaturgos  guadalupanos.

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