La semana negra de LO

La semana negra de LO

Por RAFAEL CARDONA

Los jilgueros trinan con regocijo por los triunfos imaginarios; las páginas pagadas y los robots de la propaganda justifican y disfrazan las sucesivas derrotas, pero en el duro espejo de la realidad –la peor adversaria de la Cuarta Transformación–, el presidente de la república recibió esta semana una felpa de órdago: todo le salió mal.

Y claro, es muy fácil decirlo, pero esos resultados adversos (ni siquiera para un cuarto lugar, como su triunfadora delegación olímpica del sitio 85) se deben a su estrategia política basada en mentiras y trampas. Deliberadamente dejo de lado el espanto de la epidemia mal atendida. Eso, mañana

Mentiras y trampas, escribí sin arrebato ni arrepentimiento.

El primer fracaso fue la inasistencia mayoritaria a su simulación consultiva, tramposamente presentada a través de una pregunta incomprensible elaborada por la Suprema Corte de Justicia en contra de la lógica y la gramática.

Siete por ciento de los electores atendieron la convocatoria. Y setenta por ciento lo mandó al rancho de Palenque. Vergonzoso, como atribuir el desencanto al INE. Otra mentira.

Es cierto, de esos pocos seguidores fidelísimos (para todo hay gente), 95 por ciento se manifestó en favor de un juicio a los indefinidos, misteriosos y no identificados actores políticos del pasado. Eso y nada es lo mismo.

Total, un ridículo disimulado con los falsos vientos de la mentira: fue un éxito para la democracia participativa, lo cual resulta –en este caso– un oxímoron, porque si se elogia la capacidad ciudadana de participar precisamente cuando nadie participa (o muy pocos), pues estamos, ligeramente jodidísimos a nuestra capacidad de construir ciudadanía responsable. Los borregos no cuentan.

El segundo desastre fue la exposición de las mediciones del CONEVAL.  Ese organismo estatal evalúa las políticas asistenciales, en especial esa enorme pantalla de los programas socio electorales y de bienestar y el gobierno reprueba en todo.

La mentira –al conocerse la medida del fracaso (el número de pobres aumenta; la desatención se agrava, la miseria domina) –, es decir, yo tengo otros datos. No es cierto. Ana Vilchis lo podría exhibir con veracidad y sin exageración.

Quizá si hubiera otras instituciones cuya medición reflejara resultados distintos, los otros datos serían confiables. Pero el presidente no los tiene, ni siquiera los inventa. Atacar los resultados con el peso de sus intenciones y sus discursos es demencial. La bondad de su mano piadosa en auxilio de los necesitados, no construye riqueza ni dispersa la disponible.

Por encima de su dogmatismo de imposible redención, los programas de reparto de dinero –trescientos mil millones de pesos–, no han resuelto nada porque nunca habrá suficiente (aun si no se extraviaran monedas en el camino), para crear economía mediante el gasto y no a través de la inversión.

Las ayudas pueden complementar un ingreso, pero cuando no lo hay, resultan pura demagogia electoral. Y a veces, ni eso.

Esa es la mentira fundamental de este gobierno.

No se resuelve la pobreza tirándoles bolo a los pobres como padrino de bautizo. Si eso fuera cierto la caridad cristiana ya habría resuelto el problema desde hace siglos.

La pobreza se resuelve con educación de calidad; responsabilidad social y empleos seguros; inclusión económica, oficio y dignidad laboral. Y después con suplementos en las políticas públicas en favor de los ancianos o las personas con capacidades disminuidas, como parte de un verdadero sistema pensionario (tampoco lo

tenemos).

Y nada de eso hay en estos tiempos de la verborrea rencorosa, cuyo elogio de la ignorancia y la descalificación intelectual o educativa cada día asusta más.

Nadie aprendió a robar en Harvard, bueno, quizá Pancho Villa quien como todos sabemos fue de los primeros mexicanos en acudir a esas aulas. Fue compañero de “Chucho el roto” y por poco se encuentra ahí con René Bejarano y el hermano Pío.

Y el tercer gancho al hígado se lo propinó el Poder Judicial cuya fuerza interna obligó al presidente de la Corte, Arturo Zaldívar, a recular (antes del ridículo de una votación tan adversa como la de Vargas en el TEPJF) en el segundo intento de jugar con la figura de extensión del mandato, como juego de malabarismo onírico del Ejecutivo, largamente acariciado, de mantenerse en el poder para lo cual se realizará el año entrante, un simulacro de “revocación del mandato”.

No impidieron la extensión del término del presidente de la Corte; vetaron la prolongación mañosa del periodo ejecutivo, cuyo primer ensayo –en Baja California–, la misma Corte había frenado.

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