Hay invocaciones al nacionalismo, pero México es la colonia más nacionalista

La pirámide y el poder

Por RAFAEL CARDONA

El poder en México es una pirámide. No sólo porque en la cúspide se halla un hombre único, propietario sexenal de todo lo de abajo, sino porque cada gestión se construye –a favor o en contra–, sobre los ejemplos de las anteriores, especialmente en cuanto al afán de pasar a la historia. 

Se diría, en estructuras  superpuestas como el Gran Cú, cada tlatoani moderno quiere superar a su antecesor, de acuerdo con el llamado al  nacionalismo. 

Esta es –según vemos cada y cuando Trump da un manazo–, la colonia más nacionalista del mundo. 

No olvidemos un  ejemplo maravilloso, en 1917, cuando Carranza llevaba a término la revolución  armada (es un decir) y ordenaba la Constitución, Pershing desarrollaba en el norte de México una expedición punitiva con diez mil soldados. Un poco más de los seis mi con los cuales México vigila las fronteras de EU en el empobrecido sur.

Si Benito Juárez se hizo célebre en nuestra historia por expropiar los bienes del clero, no lo hizo sólo por patriotismo secular sino por estar en bancarrota y evitar el zarpazo gringo sobre la península de Baja California. 

Al expropiarse los bienes del clero, “ese mismo día (Sender), Lerdo de Tejada sale a Estados Unidos a conseguir un empréstito con hipoteca de los bienes nacionalizados; y McLane escribe al Departamento de Estado: 

“…Si logra negociar un empréstito en los Estados Unidos con la hipoteca de la propiedad eclesiástica, hay pocas probabilidades de que él o sus colegas estén dispuestos a ceder la Baja California (…)”.

El otro salto expropiatorio importante en nuestra historia fue el de la industria petrolera; no el del recurso, cuya propiedad nacional estaba garantizada por la constitución promulgada años antes.

El general Cárdenas fue por años el gran  expropiador y el gran salvador de México. Para igualarse con él, en la historia, López Mateos “nacionalizó” la industria eléctrica. 

La verdad es más prosaica, compró las acciones de la “Mexican Light and Power” , les pagó a los dueños, 52 millones de dólares, y negoció deuda por otros 78. Además entregó a la American and Foreign Power Co. otros 70 millones de dólares. La luz es nuestra. 

Además reactivó una ley cardenista del 37, en la cual se establecía el control eléctrico estatal. En la mesa de póker de la historia, le reviraba al general Cárdenas. 

Pero cómo nos vamos a quedar atrás: en el último estertor de su calamitoso gobierno, José López Portillo estatizó la banca nacional. Al grito de ya nos saquearon; no nos volverá a saquear, se puso el uniforme redentor y de un manazo dejó sin bancos a los banqueros. No sirvió de nada.

Hoy el nacionalismo del presidente López Obrador no necesita definiciones. Ya lo vimos con al abatimiento de las concesiones petroleras de reciente generación y el derrumbe de la Reforma Energética realizada por el régimen pasado tras el “Pacto por México”.

Pero el afán de sobresalir, de expropiar, ahora le llega al ocurrente y desorientado gobernador de Puebla quien  la emprende contra la educación privada y plantea con la mano en la cintura (es un decir lo de cintura) tomar el control de las escuelas particulares. 

En agosto del año pasado, el Señor Presidente confirmó el derecho a la educación (por parte de empresas, muchas de ellas de órfenes religiosas), para “que los padres de familia que tengan posibilidad de pagar una escuela particular lo puedan hacer… (hay) una normatividad vigente con la que nunca ha habido problemas, por lo que continuará la educación mixta, pública y privada.”

Pero el gobernador Barbosa interpreta las cosas en otro sentido. 

Mientras confunde el mole de guajolote con la vacuna contra el Coronavirus o riñe por las instalaciones hospitalarias de Puebla y salva a los pobres de las otras enfermedades (como si la pobreza no fuera la peor enfermedad), porque la pandemia es electiva y clasista y daña sólo a los pudientes, ahora dice seguir la senda patricia de los grandes expropiadores nacionales. 

Ojalá y  fuera esta sólo una “barbosada” más; porque si cuando íbamos bien se nos vino a atravesar, inoportuna y desconsiderada, la epidemia, pues solo faltan estos brotes tardíos e innecesarios de un nacionalismo mal entendido, para seguir complicando el panorama.

Cuando se abatan las inversiones para energía eólica, por otra parte, se podrá expropiar el paisaje de los peladeros de la Rumorosa, a salvo de los aspas cuyo giro afea la cresta montañosa. 

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