Grito sin pueblo, rifa sin avión

Felices, siempre orientados a la mojiganga, aunque se enojen los virus; las carnestolendas, los mitotes, el festejo con o sin motivo, prestos al alarido colectivo y el relajo, los mexicanos llegaremos a la noche de pasado mañana –con la campana de Dolores abollada por la epidemia–, con las costumbres torcidas, al menos en la parte cívicofestivasimbólicoconmemorativamilitarpresidencial porque el grito no será arenga pues no se puede convocar al orgullo patrio cuando la gran plaza queda deshabitada, cuando sólo hay en ella luces artificiales y cuatro gatos con antorchas tristes y muchos foquitos y algunos leds instalados por la diligente señora Sheinbaum cuyas iluminadas águilas juaristas ya no tiene ni plumas, porque tenemos otro escudo y otra ave y una víbora distinta y diferentes laureles y otras ramas de olivo; precisamente ahora, cuando todo, hasta el progreso nacional, es cosa de la virtualidad en cuya red nos hemos instalado para esto y para aquello; pues ante las ausencias y la escasez de multitudes gritonas y beodas, la televisión –una vez más–, vendrá a salvar la imagen, el símbolo, porque muy congruentes con la pérfida epidemia mal atendida y su extensa mortandad, ya llevamos mucho tiempo viviendo de manera aparente; es decir, cuando pesan más los signos sobre las realidades, por eso,  de manera virtual y abusiva vamos a rifar un avión invisible, inexistente para fines del beso dulce de la diosa Fortuna, por eso le colgamos a la esperanza y al ojo del buen cubero, los precios de un crudo ni siquiera extraído por una empresa cuyo jorobado nadie endereza, y hacemos un presupuesto de optimismo desbordado cuyo éxito no depende de la economía sino de la biología, porque  si llegamos a una vacuna –como quien pide el maná celestial–, entonces podríamos romper el aislamiento y dedicarnos al trabajo, como si nada hubiera ocurrido en estos meses, excepto –claro–, haber visto cómo cierran la tienda y la fábrica; cómo quiebra el negocio, cómo se desvanece el empleo más allá de las imaginarias cifras de una recuperación siempre menor a los males resentidos, porque hemos nacido fuertes y felices, porque estamos bendecidos por la esperanza y maldecidos por la historia, y como gritaba el juarense  borracho en la madrugada de septiembre mirando el Puente Internacional: ¡Viva México!, gringos muertos de hambre, si señor; no importa si la realidad nos muestra un panorama desolador y triste, siempre podrán más la propaganda, la prédica  y el púlpito nuestro de cada día para sentirnos poderosos y contentos porque todo se nos ha venido resolviendo como si la verdad se ajustara a los designios de un programa revolucionario financiado por las dádivas generosas del pueblo bueno y santo y sabio y prudente y siempre Pío y dispuesto a sentarse en la mesa de los escogidos, porque desde la otra morena  y su milagrosa aparición, ya lo sabemos, Dios“non fecit taliter omni nationi”; o sea, no distinguió a los demás de la manera como lo hizo con nosotros, por eso ahora nos podemos encaminar al sendero de la revolución, porque eso es lo pretendido en estos días, no una transformación, pues ésta viene siendo –cuando se logran los cambios profundos, cuando se le da vuelta al mundo y a la historia–, la consecuencia de las revoluciones; esos movimientos de parto por los cuales un país se convierte en otro sin perder el alma, como ocurrió con México en 1910 –dicen–, o con la  Madre Rusia cuyos días convulsos estremecieron al mundo, razón por la cual ya es tiempo de pensar en grande, como nos convoca un patriota llamado Díaz Durán, quien propone nombrar al edén del Golfo, “Tabasco de López Obrador”, lo cual me parece de una pequeñez injusta, porque la huella de este hombre en nuestra historia, lo pondrá en el sitio donde ahora están la Luna y el ombligo y así como llamaron Rodhesia a esa república del caucho  africano porque las tierras fueron de Mr. Rhodes, o  Venezuela ya no se llama con el diminutivo de Venecia, sino República Bolivariana de Venezuela, bien podríamos (si Bolívar le dio nombre a Bolivia; Américo Vespucio a América  y Colón a Colombia), cambiar nuestro nombre y llamar a la nueva federación, República de Lopetepec –para darles un cierto reconocimiento y respeto a los pueblos originarios– o ya de plano, República Andresiana Mexicana, pues para todo hay espacio, hasta para darle un trabajo de redactor constitucional de la nueva patria a quien carente de ella  (el franquismo le habría deslizado a él y los suyos) vino a vivir entre nosotros para pedir ahora el destierro de quienes aquí nacidos, no cantan las canciones de su gusto lambiscón, pues así ha dicho el de Gijón, quien en esto más bien se comporta como un “jijon” de aquella cuyo domicilio está en Palenque, usted lo sabe, mas no vamos a empañar la dicha de vivir en estos tiempos en los cuales todos sale bien, tanto como el respeto de los Derechos Humanos, la protección de las mujeres, la atingencia con la cual se atienden sus quejas por abusos, violaciones, iniquidad, malos tratos, madrizas, vejaciones y quien sabe cuántas cosas más, por las cuales siempre han tenido una mesa de diálogo puesta por cualquier secretaría de Gobernación, de ahora o del pasado, para entretenerlas con las comisiones de víctimas,  de igualdad de género; con Institutos para la Mujer, etc o someterlas a la tutela del discurso tartamudo de una señora convertida en la CNDH, simplemente en una piedra en el camino, pues ya lo vimos, la pobre mujer nomás no se halla, no sabe a dónde llegó ni por qué (bueno, porque sí sabe  la mandaron allí su mamacita y el amigo de su mamacita) y ahora no da píe con bola, (ni con  aguayón, ni con  espaldilla, diezmillo, falda o bofe pal gato), ¿cómo ve usted  ese trompo en la uña?, pero las cosas se salen de madre casi siempre cuando quien  las debe resolver no lo hace porque confunde el verbo atender con el verbo resolver y aquí nada se soluciona pero todo se atiende, como los desparecidos sin aparecer y los refugios para mujeres cerrados porque eran una fuente de gasto y el dinero se necesita para otras cosas –como dizque sembrar arbolitos en el bisque de los votos–, o pagarle millonadas a los esnobs del futuro Chapultepec o hacer un tenecito de juguetería por las selvas peninsulares de Yucatán donde los mayas no tuvieron ferrocarril, como tampoco tuvieron computadoras ni el Padre Hidalgo ni los demás Insurgentes, como todos bien sabemos, ahora y siempre, porque si podemos vivir con sencillez, con humildad, para qué queremos los lujos y los dos o tres pares de zapatos, con estos basta y sobra porque si son buenos duran hasta que se acaban, como decía la publicidad de antaño, usted lo recuerda, como también sabe cómo los agricultores de Chihuahua quieren regar sus cultivos y a cambio les mandan a la Guardia Nacional (como si fueran señoras argüenderas en Ecatepec, con el agravante de una muerta a tiros por el Ejército), y luego les dicen acarreados de los antiguos gobernadores, porque ¿sabe usted?, la sabiduría política de nuestra Revolución en Marcha, consiste en explicarlo todo mirando para atrás; esos fueron, aquellos hicieron, vaya tiradero como nos dejaron, etc, etc y así se desafana de cualquier cosa, de los nuevos partidos construidos para proteger a un ex presidente y torpedeados de la noche a la mañana por el INE en pos de presupuesto, como de seguro y por lo mismo, secundará el Tribunal ahora emproblemado hasta por las insidias de Morena en el impresentable procos de seleccionar a un presidente, porque dueño ya tiene… en fin, las cosas son maravillosas, somos felices, nadie se muere en  la  víspera aunque el Covid haya sido la víspera de 70 mil idiotas cuyo deceso se precipitó por comer papitas fritas, tinlarines y gansitos…

¡Viva México, Cabrones!

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