El presidente cubre con su exoneración la evidente mano de la delincuencia en el Baby’O

La delincuencia inocente

Por RAFAEL CARDONA

Cuando uno mira a los intrusos con bidones de combustible y luego la llamarada y la humareda, uno siente el extraño privilegio de atestiguar un crimen, un delito (el incendio del “Baby’O”) , a fin de cuentas, porque con amagos sometieron a un anciano velador cuya vigilia adormilada no reclamó mayor fuerza para someterlo.

Ese hecho por sí solo, habla de delincuencia organizada –o de organización para delinquir–, porque alguien consiguió los bidones y otro (o el mismo) los llenó de Magna y entre varias lograron acuerdo para actuar con el agravante de la nocturnidad y a oscuras se pusieron de acuerdo para llegar a la Costera y prenderle fuego (sin visible provecho, ganancia o beneficio inmediato), a un símbolo fifí,  frente a cuya flamígera evidencia el gobierno municipal demora media hora en enviar a los bomberos (ahí a la vueltecita). Esto es todo muy raro.

Y eso ocurre con la complicidad del gobierno (estatal o municipal) porque la delincuencia se ha enquistado en Acapulco y la alcaldía, notoriamente desde el arribo de la izquierda guerrerense, ya sea en su versión perredista o en la más primitiva de la actual Morena, porque la fecha límite de una alcaldesa y la llegada de otra (ambas del mismo establo, como dicen los managers de boxeo), bien parece ser ocasión propicia para enviar un mensaje de amenaza, advertencia o prueba.

Los perros tienen una forma de marcar su territorio. Los delincuentes, otra.

En este contexto llama mucho la atención la forma como el presidente de la República, quien no debería interesarse en el análisis de un simple incendio (no hubo una sola palabra “ejecutiva” cuando se quemó el “Rio Rosa” o el incendio del “Mauna Loa” acabó hasta con los flamencos). Su respuesta en la conferencia matutina del viernes pasado se parece mucho a una exoneración apriorística.

También en esa especie de declaratoria de inocencia, se atisba el resquemor siempre latente en sus palabras: esquivar el aprovechamiento enemigo de un accidente (ahora ya descartado), como combustible para avivar las llamas de la crítica por la inseguridad creciente en el país de los abrazos sin balazos.

Como si esto fuera necesario. De su fracaso no habla este fuego; hablan los tres años anteriores, con todo y con las cifras oficiales.

Esto dijo en la declaratoria de presunta inocencia del crimen organizado:

“Entonces, es un incendio, no se puede atribuir a la delincuencia organizada sin pruebas, porque incluso el dueño habló de que nunca lo extorsionaron; sin embargo, eso es lo que quiere utilizarse en medios, como que es un asunto de inseguridad y de no pago de piso, como coloquialmente se le llama a la extorsión, y hay que esperar.

“También se sabe que está asegurada la discoteca y que llevaba 18 años cerrada, 18 meses cerrada por la pandemia.

“También llama la atención de que el incendio ocurre no en la parte principal o en el frente, sino en la parte de atrás y en la parte de enfrente es donde están las cámaras, no en la parte de atrás, que le está pidiendo a los dueños que entreguen información y han demorado en entregar la información.

“En fin, no hay todavía nada raro, no se puede decir cuál es el móvil o qué fue lo que sucedió, hay que esperarnos y es muy probable que se tenga información”.

La presunción de inocencia no ha sido respetada en otros casos de los cuales no debemos hablar ahora, porque parecerían alegatos en favor de los perseguidos y no se trata de eso.

“…el incendio se desató en la madrugada. igual hubieran podido alumbrarlo a medio día. nadie los habría visto…” dice Vilma Fuentes en su novela “Castillos en el infierno”, sobre el “Rey Lopitos”, el mítico gran cacique urbano de Acapulco…

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