Clasismo, racismo, luto

                                                                               (epígrafe)

                                                                      Un abrazo a JLD

Han dicho los voceros de la IV-T: dudar del papel de la maestra Delfina Gómez, criticar su nombramiento en la Secretaría de Educación Pública,  es un acto clasista. Es una acusación prefabricada. Un contraargumento sin argumentos.

 Quienes esgrimen la condición de clase contra las críticas ajenas, son  quienes pretenden defenderla con tan pobre argumento.

El “clasismo” es un ingrediente de alta recurrencia en la descalificación defensiva, utilizada de manera constante y reiterativa por la nueva filosofía política dominante. Nada supera en clasismo al “populismo”.

Cuando Carlos Marx dijo: “Proletarios del mundo, uníos”, los segregaba a la parte no proletaria del mundo. Esa la base de la anhelada dictadura del proletariado y la concepción de la lucha clasista como motor de la historia. 

La exaltación de lo popular, del pueblo sabio, del pueblo bueno, inmediatamente excluye a quienes no forman parte de ese selecto segmento de la población conformado por los adeptos a un  discurso cuya definición lealtad se mide por la inclusión en los programas de subsidio público, directo o indirecto. 

El pueblo es aquella parte de los habitantes a quienes puedo comprar gracias a su pobreza. Ese es el pueblo. Los demás, son sus enemigos. Para el populista el pueblo sólo esta formado por son sus seguidores o sus representados. Los otros no encarnan lo popular, por eso son atacables, condenables y si se pudiera, prescindibles. Así se lograría la “solución final”.

Dice Jan-Werner Müller algo sumamente oprobioso: 

“…Para ellos (los populistas, socialistas, comunistas, maoístas, etc.)  sólo una parte del pueblo es realmente el pueblo y por tanto (sólo ese segmento, esa clase), merece el apoyo de lo que es legítimamente “su” Estado…

“…De igual forma sólo una parte del pueblo disfrutará de la total protección de la ley; aquellos que no pertenecen al pueblo (los empresarios, los acaudalados, los medios fifí, etc), o peor aun , quienes pueden ser sospechosos de trabajar en contra del pueblo deberán ser tratados con dureza… para ellos (quienes así piensan), la oposición desde la sociedad civil crea un problema moral y simbólico específico: potencialmente socava su afirmación de ser los únicos representantes morales del pueblo…

“…Eso conduce a una gran ironía final: el populismo en el poder conlleva, refuerza u ofrece otra variedad de la misma exclusión y usurpación del Estado, a la que se oponían contra el sistema imperante que buscan reemplazar.” 

Terminan haciendo lo mismo. 

A mi me sigue pareciendo que los diplomas prueban empeño e intención, pero no otorgan capacidad. Mostrar una maestría del Tecnológico de Monterrey no hace grande a nadie. Al menos no para ese puesto en el cual ahora la señora Delfina Gómez culmina su carrera político sindical; no magisterial. 

Una cosa es ser un “trabajador de la educación” (en el sentido del magisterio corporativo) y otra un educador en la amplitud de la pedagogía.

A fin de cuentas su labor de maestra de primaria no la ha llevado a donde esta ahora. Ha llegado ahí por su activismo y pertenencia a una corriente política extrema ahora en el Poder.

Y en ninguna de las dos actividades de su vida ha dejado una huella perdurable. A ver si ahora, pero lo dudo.

La censura descalificadora  –al estilo de Pablo Gómez— según la cual todo señalamiento es clasista y por tanto gemelo del racismo (de milagro no sacaron la recurrente misoginia), es en el fondo insignificante. Es la recurrencia panfletaria, la frase hecha, el recurso de moda.

Mucho de este aprovechamiento proviene de la mala asimilación del evangelio. Ya lo sabemos, los pobres bienaventurados gozan del amor de Dios, y los ricos no cruzan la puerta de los cielos cuando los camellos atraviesan el ojo de la aguja. 

Y ese discurso estaría bien, si no fuera por la fortuna conocida de tantos dirigentes de Morena. 

DUELOS

El mes se viste de negro. 

Primero la muerte de mi amiga y comadre Ángeles 

Aguilar Zinser, con quien había hablado apenas hace unos meses, cuando todo esto se iniciaba con su insoportable incertidumbre y ahora el suicidio de Juan Bustillos, compañero de labores profesionales a lo largo de mucho tiempo.

Ángeles fue madrina de mi hija, Jimena y durante los años siguientes (hace 40), fortalecimos una amistad familiar interminable.

Su ingenio y talento se sentaban frente a mi, en la mesa de la Comisión Calificadora de Gobernación de la cual ambos éramos miembros hasta el sexenio pasado.

Y a Juan, si pudiera, nada más le diría cuánto respeto su dolorosa decisión. 

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